Hoy, la Plaza España es una isla. El flujo intenso de tráfico rodado que delimita su perímetro actúa como una fuerza centrífuga que empuja tanto a los peatones como a los usuarios a circular por fuera de ella. Como espacio público es inerte. Su interior está entumecido por la falta de flujos internos, de entrada o de salida. No hay intercambios, está llena de obstrucciones. Para que este fragmento estratégico de ciudad vuelva a estar vivo, para que deje de ser un nodo de tráfico y se convierta en una orilla de la red de espacios públicos de la cornisa centro-oeste de Madrid, es necesario definir un plan de contingencia. Dotarla de órganos y de redes de circulación que permitan el intercambio y vuelvan a reconectarla a la ciudad de Madrid.
La construcción de un aparcamiento subterráneo en la última reforma de la plaza provocó la pérdida de muchos árboles y, con ella, de su sombra. Y conforme se esfumó la sombra desapareció la gente, y sin gente no hay uso, y sin uso no hay plaza. Sólo un vacío en la trama urbana que se llena de ruidos de coches desde por la mañana hasta que cae la noche. La plaza ganó un estanque, que devuelve el reflejo de la estatua de Cervantes y del edificio España. Como todo espejo, tiene dos caras. Mientras que, por un lado, la lámina se inmortaliza a través de su reflejo en millones de fotos de los turistas y locales que pasan por la plaza, por otro lado dificulta el acercamiento de todos al verdadero protagonista, obligando a dar un rodeo a todo aquel que se dispone a atravesarla.
La Plaza de España se merece una segunda oportunidad. La nueva plaza borra las barreras arquitectónicas y tiende un plano continuo cuyo límite son los propios edificios de la plaza. Un suelo que se construye con trozos de los tejados rojos de Madrid. Un cielo en el suelo. Un recorrido sin obstáculos. Un mar cerámico que asegura la accesibilidad y movilidad universal en este enclave estratégico de la ciudad.
En la plaza se apoya una cubierta ligera-muy ligera que recoge con su manto de sombra a los visitantes, que llegan de todas partes de la ciudad y del mundo durante el día. Los acompaña desde la calle de la Princesa hasta el Palacio Real, desde Bailén hasta la Gran Vía, y se pierde con ellos en el deambular por la plaza; un recorrido peatonal para los ciudadanos; un lugar protegido del sol y de la lluvia.
La pérgola es un dispositivo que cualifica espacial y ambientalmente el plano del suelo. No modifica la nueva superficie de plaza. Delimita virtualmente espacios dentro del espacio de la plaza con sus claros de luz, relojes de sol, que nos recuerdan siempre el paso del tiempo
La cubierta recupera la memoria de la sombra de los árboles perdidos y el recuerdo del estanque. Se viste con el reflejo de los cielos de Madrid, de sus atardeceres naranjas casi rojos; del Edificio España y de la Torre de Madrid, de copas de árboles y de nubes, de fondos turbios y reflejos centellantes. No hay dos segundos que sea la misma. Membrana entre dos mundos, el de los que sueñan con imposibles, como el Quijote, y el de los que andan, como Sancho, con los pies en la tierra y que ahora, por fin y después de mucho tiempo, vuelven a cabalgar sobre la pradera de la Plaza de España, acompañando en su cotidianeidad a la múltiple y diversa población de la ciudad de Madrid.