El viernes 18 de noviembre de 2011 a las 6:30 de la mañana Pardo recibía en la estación de Sants de Barcelona a los cuarenta voluntarios para acompañarles al local vacío donde les esperaban para desayunar. Al mediodía del sábado cuando Amann llegó, no pudo creer lo que veía. Sus ojos mostraban el cansancio de treinta y dos horas de trabajo sin descanso; de adolescentes que desafiando a todos los analistas de la juventud, donaban energía para desvirgarse fabricando una acción arquitectónica colectiva sin garantía de éxito.
La acción había empezado un mes antes cuando nos habían lanzado el encargo de inaugurar la Agencia de Apoyo a la Arquitectura de Barcelona (AAAB). Tan arriesgada iniciativa en estos tiempos merecía una acción que movilizara a nuestros colectivos y en la que pudiéramos disfrutar a saco: pero no teníamos ni idea de qué estábamos hablando. Solo que debía costar menos de 1000 euros.
Las instrucciones exactas fueron repartidas en grupos perfectamente organizados siguiendo un plan de trabajo ambicioso, preciso, pero realista. Mientras algunos grupos difundían el evento en determinados puntos estratégicos, otros construían el espacio que envolvería la acción y las manos inexpertas aprendieron a construir, pegar, cortar, taladrar, clavar, atornillar…
A las 5 de la tarde del sábado 19 de noviembre la acción “casting I wish” comenzó.
En la entrada dos jóvenes elegantemente vestidos te seducían para introducirte en un gran agujero negro, donde una cara amable te invitaba a dejar tu huella con una tiza sobre tus deseos y tu ciudad soñada. La rampa desembarcaba en una sala donde eras identificado para a continuación perder la identidad en un viaje heterotópico de 30 minutos que se adivinaba detrás de un muro semitransparente donde una pareja de fotógrafos harían de ti el protagonista, y te conducirían a una secuencia de siete espacios donde reflexionar sobre tus deseos en la ciudad. Unos ciudadanos le contaron al peluquero qué era lo que les gustaba de la ciudad, y le dijeron a la maquilladora lo que les daba miedo, y el fotógrafo descubrió sus secretos, e incluso las dos ancianas dibujaron una utopía y se sentaron con “este chico tan guapo” que, como todos nosotros, se había quitado el disfraz de arquitecto.
A las doce de la noche todo acabó.