Fue a principios del mes de mayo cuando Lara y Susana, bailarina y actriz respectivamente, se pusieron en contacto con nosotros a través de una amiga en común para decirnos que habían alquilado un local ´muy raro´ en el barrio de Las Tablas de Madrid donde querían hacer su propia escuela de danza y teatro. Cuando nos conocimos por primera vez en el estudio, nos ofrecían el encargo a cambio de dos únicas condiciones: sólo tenían 40.000 euros y en cuatro meses el centro tenía que estar en funcionamiento.
En el límite entre el campo y la ciudad, en un solar residual resultado de un mal planeamiento urbano y de geometría triangular, se encuentra SULA, un espacio destinado a la producción y consumo de danza y teatro para niños y adultos. Los condicionantes de partida del local son claros: un espacio de 89 metros cuadrados con un suelo de arena, instalaciones sanitarias vistas descolgadas del techo de hormigón y una fachada ciega de ladrillo muy visible desde la carretera. La toma de decisiones rema a favor de la economía del proyecto y busca en todo momento el principio de mínima energía y máximo resultado.
De fuera adentro, la fachada, que está ejecutada con tres tipos de ventanas estándares a distintas alturas, para relacionar de distinta forma el interior con el exterior, busca ser un elemento de mediación y conexión urbano que articula el espacio de la ciudad que discurre entre las edificaciones existentes y el propio equipamiento.
Desde dentro el proyecto se piensa como una gran sala, donde la posición de la cabina del baño con accesibilidad universal exigida por la normativa determina prácticamente la configuración de la escuela. El centro pedagógico se organiza por bandas programáticas en las que, desde el lado mayor del triángulo al menor, se suceden, uno tras otro, el espacio de almacenaje, la sala principal, el vestuario y la recepción de la entrada.
Teniendo en cuenta el estado de la cuestión de la práctica contemporánea en materia de danza y teatro, donde se busca por encima de todo la concepción de un espacio dúctil, elástico, maleable y mutable, la escuela se configura como un lugar experimental, flexible, adaptable, blando y polivalente gracias a un sistema de telones de distintos colores que facilitan su transformación; estas estructuras colgantes, además de ofrecer aislamiento acústico necesario en este tipo de programas, permiten múltiples configuraciones en función de las necesidades espaciales que se demanden en cada momento (clase, muestra o ensayo), y además admite transformaciones que dejan oír no solo la voz y el texto clásicos, sino también las vibraciones luminosas y acústicas, danzas, giros, juegos y gravitaciones sin las que el espacio escénico no se entiende en el mundo de hoy.
La obra se llevó a cabo entre los meses de agosto y septiembre, abriendo el telón al público el martes 1 de octubre 2019.